El Dragón de Prometeo: agosto 2012

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martes, 21 de agosto de 2012

Diferencia entre Teoría y Ley


'La evolución no puede ser tomada en cuenta, pues es sólo una teoría, No es una ley.'

Este es un argumento que muchos religiosos nos lanzan, pensando que es contundente y muy sólido.



Vamos a ver por qué es erróneo.

Creo que todos sabemos que existen palabras que tienen más de un solo significado, así que conviene comencemos por analizar la palabra “teoría”.  El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (que puede ser consultado en www.rae.es) nos brinda varios significados para esta palabra. Para el caso que nos interesa, sólo nos ocuparemos de dos de ellas:

1. Conocimiento especulativo considerado con independencia de toda aplicación.

2. Serie de leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos.

Imagino que ya comienzas a notar algo (las palabras en negritas te deben dar una pista).
En el mundo de la ciencia, el idioma inglés es mucho más utilizado que el español, por ello, vale la pena echarle un ojo al Oxford English Dictionary. Este diccionario, también ofrece varios significados, sin embargo, nos ocuparemos sólo  de los siguientes dos:

Teoría

  1. Una hipótesis propuesta  a manera de explicación, por lo tanto una mera hipótesis, especulación, conjetura; una idea o conjunto de ideas acerca de algo; visión individual o noción.

  1. Esquema, sistema de ideas o enunciados que se tienen como una explicación de un grupo de hechos o fenómenos ; hipótesis que ha sido confirmada o establecida por medio de la observación o experimentación y es propuesta o aceptada como explicación dehechos conocidos; enunciado de lo que se tiene como leyes generales, principios o causas de algo conocido u observado.


De forma más breve, podríamos decir que, cuando los científicos usan la palabra “teoría”, en referencia a la relatividad, el heliocentrismo y la evolución misma, lo hacen pensando siempre en la segunda definición.
Una manera más sencilla de expresar lo mismo, sería:



Una teoría es una explicación de un hecho observado

Para dejarlo aún más claro, analicemos un ejemplo: Desde tiempos inmemorables, el ser humano se comenzó a preguntar el porqué de las cosas. Ante los ojos de los primeros seres humanos ocurrían eventos para los cuales deseaba tener una explicación. La lluvia, el fuego, los terremotos, las erupciones volcánicas son ejemplos de esos eventos.
Algo que siempre ha llamado la atención del hombre, es el cielo nocturno. No creo que exista un solo ser humano que al mirar un cielo estrellado, no lo haya hecho con admiración y curiosidad al mismo tiempo.

Si observamos el cielo durante el tiempo suficiente (una noche sería suficiente), notaremos que la bóveda celeste parece girar en torno de todo el planeta. ¿Cómo explicar esto?

Vayamos con un poco de historia (no se preocupen, no será mucha):
Claudio Ptolomeo (o simplemente Ptolomeo, quien se cree que trabajaba en la celebre biblioteca de Alejandría y fue astrónomo, químico, geógrafo y matemático) lanzó una teoría (entra en escena la palabra objeto de nuestro estudio):

La tierra es el centro del universo y todas las estrellas, planetas y el sol mismo giran en torno suyo

El día de hoy, sabemos que esta teoría es falsa, pero no podemos tachar a Ptolomeo de haber sido tonto, pues en aquella época, era muy fácil pensar como él. Su teoría explicaba muy bien elhecho observado, es decir, el aparente giro de la bóveda celeste, del sol y la luna en torno a la tierra.

(Llegado el momento, la iglesia católica aprobó y declaro esta teoría como oficial y por ende, sagrada, pues si consideramos que la tierra fue creada por dios, es “obvio” que la pusiera en el centro del universo. Esto a pesar de que la biblia, no menciona nada al respecto. Un claro ejemplo de arrogancia religiosa)


Pero el hombre no deja de observar, no deja de investigar…

…y apareció Copérnico, un polaco muy inteligente que era matemático, astrónomo, jurista, físico, clérigo católico, gobernador, administrador, líder militar, diplomático y economista (si alguno de ustedes se queja alguna vez que no le alcanza el tiempo para estudiar, vuelvan a leer la lista de todas las cosas que estudió Copérnico).

Nuestro amigo polaco,  sabía acerca de lo que hoy se conoce como el movimiento retrógradode algunos planetas. ¿y qué es ese moviendo cuyo nombre suena tan feo?
Veamos, si por ejemplo, se observa el movimiento del planeta Marte, veremos que avanza en una cierta dirección, pero si lo observamos el tiempo suficiente, observaremos un fenómeno peculiar: De repente, Marte parece reducir su velocidad, detenerse y comenzar a avanzar hacia atrás. Después de unos días de moverse hacia atrás, nuevamente comienza a moverse en la dirección original. ¿Raro, verdad?

La teoría de Ptolomeo, no podía explicar este hecho de manera satisfactoria. Copérnico atacó el problema y pensó: “¿qué pasaría si el sol estuviera fijo y fuese la tierra y los planetas los que giraran en torno suyo?

Piensa en el siguiente ejemplo: vamos en un automóvil por una carretera que tiene 2 carriles que van en la misma dirección (sur a norte). Nosotros ocupamos el carril del extremo izquierdo. Delante de nosotros hay otro automóvil viajando en nuestra misma dirección y a una velocidad un poco superior a la nuestra, pero en el carril de la derecha. En ese momento, nos parecerá que el otro automóvil presenta un movimiento dirección sur a norte. Hasta aquí todo bien.

Imagina ahora que nuestro automóvil incrementa su velocidad, mientras el otro auto conserva la suya igual. Lo que veríamos primero es que, en apariencia, el otro auto desacelera, cuando pasamos junto a el, por una fracción de segundo parecería estar detenido y después de rebasarlo, parecería estar moviéndose en dirección opuesta, es decir de norte a sur (siempre tomando a nuestro automóvil como referencia)

Ese, es un ejemplo de lo que los astrónomos llaman movimiento retrógrado.
Copérnico se dio cuenta de que, si pensamos que la tierra está fija en el centro del universo era muy difícil explicar el movimiento retrógrado de los planetas pero si consideramos que es la tierra (junto con los demás planetas) la que gira alrededor del sol, todo encaja perfectamente (¡Claro!, porque si es la Tierra y Marte los que se mueven alrededor del sol, ese movimiento retrógrado de Marte se explica fácilmente: Lo estamos “rebasando”, por eso pareciera ir hacia atrás).

¿Y que podemos decir del aparente movimiento de la bóveda celeste alrededor de la tierra? Copérnico dijo: “Además de girar alrededor del sol, la tierra también gira sobre su propio eje.” Este movimiento de la Tierra, es el que provoca el aparente movimiento de la bóveda celeste.




Vamos recapitulando:

Teorías disponibles:
1)    Geocéntrica. El sol, los planetas y todas las estrellas giran alrededor del planeta tierra. La tierra es el centro del universo. Propuesta por Ptolomeo.
2)    Heliocéntrica. La tierra, la luna y los planetas giran alrededor del sol. La tierra no es el centro del universo. Propuesta por Copérnico.

Hechos observado:
a)    La bóveda celeste “gira” alrededor de la tierra
b)    Marte presenta un movimiento retrógrado.

La teoría geocéntrica de Ptolomeo sólo puede explicar uno de los hechos observados (a).


La teoría heliocéntrica del universo brinda una clara explicación a los dos  hechos observados(a y b).

Ahora, que ya sabemos a qué se refieren los científicos cuando hablan de una teoría, pasemos a hablar de la evolución.



En referencia a la evolución, ¿cuáles son los hechos observados?

El registro fósil. Por medio del análisis de los fósiles encontrados, es posible seguir la historia de los cambios de muchas especies. Existen, en efecto, algunos huecos, pero son tantas las secuencias completas que si se han encontrado que esta sola observación no deja lugar a dudas.

Las Homologías. (características similares o compartidas por varias especies). Si consideramos que toda la vida en la tierra tuvo un ancestro común, es fácil comprender el porqué todos los mamíferos, por ejemplo, tenemos pelo.

La adaptación geográfica. Muchas especies cambiaron de forma tal que podían sobrevivir mejor en el entorno que les rodeaba. El color de su pelo, su tamaño, lo grueso o delgado de su piel, etc.

La observación directa. Los cambios evolutivos grandes, requieren períodos de tiempo muy (MUY) largos. De varios millones de años. Sin embargo, los cambios pequeños son observables en un período menor. Se ha experimentado con peces de acuario (una especie llamada guppies) y moscas de la fruta para observar como funciona la adaptación por selección natural en estos animales. Como se reproducen muy rápido, en poco tiempo tenemos muchas generaciones y es por ello que los cambios, son observables.

Y bueno, la próxima vez que alguien te diga que la evolución es “sólo” una teoría, basta con que recuerdes estos dos enunciados:





Una teoría es una explicación de un hecho observado.

Y resulta que:


El cambio adaptativo de las especies a lo largo del tiempo, es un hecho observado que lateoría de la evolución explica muy bien.

Pero, si la teoría de la evolución explica tan bien el cambio adaptativo de las especies, ¿por qué no la llaman ley y de esa manera, se acaba la confusión?

Bueno ocurre que, en otros tiempos, las personas que se dedicaban a estudiarlo todo se entusiasmaron mucho cuando se dieron cuenta de que con esta nueva disciplina llamada ciencia y con su método (el método científico) se podía explicar casi todo, pensaron que habían descubiertocomportamientos  inmutables de la naturaleza y no podemos culparlos por ello, pues en ese momento, parecía evidente y sin lugar a dudas. Es por ello que a las ecuaciones de Newton aún hoy en día se les conoce como Ley de la Gravitación Universal[1] y Ley de la Conservación de la Materia[2].

Pero ocurrió que esos estudiosos (ahora llamados “científicos”) se dieron cuenta de que, cada pregunta que resolvía la ciencia, les mostraba un nuevo panorama que les lanzaba a la cara nuevas preguntas que antes no habrían siquiera podido formular. Eso les llevo a pensar que utilizar el término “ley era premeditado pues siempre existía la posibilidad de que con el tiempo, una ley fuese modificada debido a nuevos descubrimientos. Por ello, el adjetivo dejó de usarse y en su lugar, ahora utilizamos “teoría”.

Si Sir Isaac Newton hubiese vivido en tiempos más modernos, el día hoy, hablaríamos de la “Teoría de la Gravitación” y la “Teoría de la Conservación de la Energía”

Entonces ¿por qué les seguimos llamando leyes? (sabía que alguien me preguntaría eso, pero la respuesta es fácil). Por simple costumbre. Podríamos decir que los científicos ya están “encariñados” con el término y a pesar de que saben que lo adecuado sería llamarles teorías, les siguen diciendo leyes.


[1] Como en este caso, las matemáticas de Newton servían no sólo para explicar el movimiento de los cuerpos en la Tierra, sino también el de los cuerpos celestes, no sólo se le llamo “Ley”, sino que se le agregó la característica de ser “Universal”.

[2] Como después y gracias a Einstein se descubrió que la materia no es otra cosa que una forma muy concentrada de energía, se le cambió el nombre por “Ley de la Conservación de la Energía”.

Y el Cerebro Creó a Dios


Francisco Mora es doctor en Medicina por la Universidad de Granada y doctor en Neurociencias por la Universidad de Oxford (Reino Unido). Actualmente, ejerce como profesor en la Universidad Complutense de Madrid y como profesor adscrito en la Universidad de Iowa (EE. UU.) Además, es miembro del Wolfson College, en Oxford, y ha escrito varios libros sobre divulgación en el ámbito de las neurociencias. El último es El dios de cada uno: por qué la neurociencia niega la existencia de un dios universal (Alianza Editorial, 2011).




Hace poco tiempo asistí a unas conferencias internacionales de filosofía y epistemología con las que, bajo el sugestivo título de La condición humana, se celebraba el 30 aniversario del Instituto Piaget en Portugal. En ellas George Steiner, de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) decía lo siguiente: “Todas las culturas son mortales. Todas las religiones también. Todos son eventos culturales mortales, como mortales son los hombres que las producen. Y ahora nos encontramos en un período de transición. Creo que estamos entrando en la era de la post-religión. El cristianismo va a morir, como ha muerto el marxismo. ¿Qué va a llenar el vacío? ¿Qué nos espera? ¿Qué va a nacer?”.

Y yo me pregunto lo siguiente: ¿Estaba Steiner vaticinando el inicio de un cambio en la cultura occidental que —por sutil— sólo algunos pensadores adelantados pueden entrever y detectar? ¿Tiene todo ello que ver con un nuevo reencuentro entre ciencia y humanidades y una revolución en los parámetros que conforman nuestra manera de pensar, nuestros valores y normas? Yo pienso que sí. Precisamente pienso que ahora mismo estamos asistiendo a una nueva preocupación sobre la religión y Dios, que ha generado multitud de libros enfocados desde distintas perspectivas. Entre ellas, destacan las que plantean el problema con presupuestos científicos. La cuestión es la siguiente: ¿De dónde nace esta vez la preocupación por Dios y lo religioso? ¿Se puede realmente decir algo nuevo sobre Dios que no haya sido dicho ya a lo largo de los últimos miles de años? ¿Puede la ciencia de hoy señalar un nuevo camino, añadir nuevos argumentos a una idea tan debatida como universal? Yo creo que sí y, frente a quienes —tantos— mantienen con firmeza que la ciencia de hoy, o de siempre, no tiene nada que decirle a la religión, yo sostengo lo contrario: sí tiene que decir, y mucho.




LO QUE NOS DICE LA CIENCIA

Numerosos físicos, entre ellos Stephen Hawking, ya sugieren un principio del universo que no necesita de ningún Dios. Tampoco Dios, como ha señalado recientemente Francisco Ayala, parece necesario para explicar el origen del hombre. Y de modo muy reciente la ciencia del cerebro —la neurociencia— indica, a la luz del proceso evolutivo, que es el cerebro —y solo él y su funcionamiento— el que produce, sin ninguna connotación sobrenatural, los procesos mentales; entre los que se incluyen, por supuesto, los que dan lugar al pensamiento y el sentimiento religioso y a la misma idea de Dios.

Todo esto tiene un anclaje muy anterior a las ciencias modernas. Antes incluso de que la teoría de la evolución biológica viera la luz con Charles Darwin, Immanuel Kant apuntó, en su crítica filosófica, que Dios es sólo una idea; una idea que no tiene posibilidad alguna de ser contrastada con la realidad del mundo. Dios no existe en el mundo sensorial y nunca se ha mostrado al hombre, más allá de las referencias que nos traen los llamados libros sagrados, escritos en los tiempos de pensamiento mágico de la humanidad y ausentes de todo conocimiento contrastado y crítico. A Dios no se le ve, ni se le oye, ni se le toca. Eso es obvio. Todos los libros —sagrados o no— han sido escritos por los hombres y han sido producto, enteramente, del trabajo del cerebro humano, sin mayor inspiración que la humana. Kant dijo que la idea de Dios, en cierto sentido, es útil, pero “dado que es simplemente una mera idea, es completamente incapaz de expandir, por sí misma, nuestro conocimiento de lo que existe.

Una idea que ni siquiera puede enseñarnos nada con respecto a la “posibilidad” de su existencia”. Y Kant concluye con lo siguiente: “un hombre ganaría tan poco en conocimiento a base de meras ideas sobre si Dios existe o no, de la misma manera que un comerciante no mejoraría su estado de fortuna añadiendo algunos ceros a su existencia de caja”. Con esta reflexión la filosofía sentenció, firme y para siempre, la incapacidad del pensamiento humano, de la razón, de acceder a la existencia real de Dios.




¿PARA QUÉ SIRVE  DIOS?

Sin embargo, la idea de Dios es muy especial. No en vano tiene una larga historia, milenaria, arropada de emoción y sentimientos, y amasada con una vorágine sucesiva de culturas diferentes. Con todo, en el marco de la historia pensante del hombre, el concepto de un Dios único y universal es muy joven, pues no tiene más de 5.000 años. Y yo me pregunto: si el hombre, nuestra propia especie, el Homo sapiens sapiens, ha aparecido sobre la Tierra hace unos 200.000 años —tras un largo proceso evolutivo que ha durado más de 700 millones de años—, ¿cómo es que se ha tardado tanto tiempo en alumbrar la idea del monoteísmo, del Dios único? Dejando aparte esta cuestión, no cabe duda de que, cuando apareció la idea del Dios único —más allá de los politeísmos reinantes— debió de ser enormemente útil para la supervivencia humana, tal y como señalaba Kant.

En tiempos probablemente convulsos y muy difíciles, tuvo que ser un aglutinante de los hombres, algo así como un pegamento que potenció la unión ante la adversidad, el dolor, el miedo y la lucha contra otros hombres. ¡Somos más fuertes juntos porque nuestro Dios nos protege y nos hace “uno” frente a los demás! Sin embargo, cuando se descascarilla de todo ropaje emocional, se comprueba que no deja de ser eso, una idea más entre todas las que construye y produce el cerebro humano. Al fin y al cabo, los hombres más lúcidos y claros de mente —incluidos por supuesto, creyentes y religiosos— se han devanado los sesos preguntándose dónde está Dios y qué misterio envuelve su falta de presencia en este mundo que él mismo creó.

Para mí, fue San Anselmo, en el siglo XII, quien reflejó mejor el sufrimiento y hasta cierta indignación reprimida que conllevan estas cuestiones, utilizando estas palabras: “Señor, si tú no estás aquí, ¿dónde te puedo buscar si estás ausente? Pero si estás en todas partes, ¿cómo es que no te puedo ver? ¿Por qué no te muestras ante nosotros cuando pudieras hacerlo tan fácilmente? ¿Por qué ocultas tu presencia, cuya ausencia sentimos tan profundamente? ¿Por qué te alejas de la luz y nos dejas sólo las tinieblas? ¿Con qué propósito nos quitas la vida y nos provocas la muerte?”




DIOS COMO IDEA

La neurociencia nos enseña hoy, al menos en parte, que las ideas se construyen en el cerebro humano a partir de, por una parte, la información que entra por los órganos de los sentidos; y, por la otra, la posterior elaboración neuronal acorde a una serie de códigos heredados a lo largo del proceso evolutivo. Son los circuitos neuronales los que, como troqueles, crean las ideas. Y existen datos experimentales capaces de proporcionar una hipótesis plausible de cómo, en términos exclusivamente neuronales, el cerebro las construye. Estos procesos neuronales han ido siendo seleccionados, a lo largo del proceso evolutivo, precisamente porque quizá, a partir de un determinado momento, fueron de valor supremo para la especie humana.

Las ideas son los instrumentos básicos de un lenguaje que ha permitido al hombre comunicarse a gran velocidad. Y eso, obviamente, debió tener un valor de supervivencia fundamental en la caza, la lucha, la ayuda y la cohesión entre los hombres. El proceso de abstracción es, por tanto, un maravilloso invento puesto en marcha en un momento de la evolución biológica que permitió al cerebro humano desarrollar la capacidad de encontrar propiedades o relaciones comunes a muchas cosas y extraer una idea que hablase de todas ellas como de una sola cosa. ¿Qué es lo que hizo que pudiéramos pasar de detallar cada árbol, cada león, cada cebra, cada matojo de hierba, cada estado del cielo... hasta llegar a decir simplemente “que un león mató a la cebra en la pradera al atardecer” y entenderlo? ¿Alguien puede imaginar el enorme ahorro de procesamiento y memoria que nos aporta el invento de la abstracción?

Gracias a esta capacidad, el cerebro comenzó su andadura de “pensar” con ideas, rompiendo las cadenas de lo particular y concreto. El león de la pradera se transformó así —dentro del cerebro— en todos los leones del mundo. ¿Puede alguien imaginar mayor capacidad de síntesis? Cuando le digo a alguien que he visto un caballo, por ejemplo, no hace falta que le comunique nada del caballo concreto que he visto. Éste puede ser grande o pequeño; lanudo o lampiño; de grave y corto relincho a relincho agudo y largo; de corta o larga cola; blanco, rojo, negro, o con pintas; de patas largas o cortas; inteligente o estúpido... Pero comunico sólo un caballo “mental”, que engloba a todos los caballos del mundo. Este caballo mental, por otra parte, no existe, pero tiene la virtud de ser contrastado constantemente con los que sí existen en la naturaleza. Por eso mi caballo mental, el que construyo con los troqueles neuronales de mi cerebro y sin realidad alguna, cobra “realidad” concreta cada vez que veo un caballo. Y en ese diálogo con los seres y objetos concretos y mi clara distinción entre ellos —sea un antílope o un ñu y su posterior clasificación— se crea conocimiento.

Contrario a esto último es la idea de Dios. La idea de Dios es una idea, sí, como la del caballo, pero no puede ser contrastada con ningún Dios en el mundo. No existe un Dios en el mundo sensorial, en el mundo de los seres y objetos concretos, de la misma manera que no existe el unicornio, ni el lagarto volador de mil cabezas. Por eso Dios es una idea estéril para crear conocimiento. Aún a pesar de este razonamiento, se ha querido defender la idea de la realidad de Dios argumentando que el propio pensamiento crítico —científico— maneja ideas que no tienen un substrato sensorial. Es decir, que damos “realidad” a cosas que no se ven, ni se tocan, ni se huelen, como es el caso de los átomos o las partículas subatómicas. Sin embargo, cuando así se piensa se olvida que estas ideas siempre refieren y tienen su origen en el mundo sensorial, en los seres y objetos concretos que existen en el mundo. Sin duda, la luz que da vida de “realidad” a estas ideas científicas es la capacidad de observación de forma objetiva, a través del método científico. Y éste método quizás sea el único que permite los intentos humanos de aproximarnos a un conocimiento objetivo y “real”.






DIOS  EN EL CEREBRO





El amigo imaginario.

La neurociencia cognitiva investiga hoy los derroteros cerebrales con los que se construye la idea de Dios. Y lo hace en conjunción con otras disciplinas en las que, además de las científicas, se incluye el pensamiento de teólogos avanzados y también antropólogos, filósofos y psicólogos. Varios estudios recientes, utilizando técnicas de imaginería cerebral —como la resonancia magnética funcional y la magnetoencefalografía— así como tests psicológicos diseñados para temas específicos, han propuesto modelos o marcos cognitivos para la religión.

Se ha intuído ya una neuroarquitectura religiosa, en la que participan muchas y diversas áreas cerebrales y donde un componente fundamental parece residir en el sistema emocional. Por ejemplo, se ha visto que, ante la lectura de la frase “Dios siempre esta presente”, se activan 12 áreas diferentes en el cerebro de una persona creyente. Esto indica que toda experiencia religiosa o pensamiento religioso es mediado por la activación de redes neuronales múltiples distribuidas por toda la corteza cerebral. Lo interesante es que estas mismas áreas cerebrales participan no sólo y específicamente en construir un pensamiento o sentimiento religioso, sino que también —y en tiempos diferentes— participan en otras funciones cognitivas de adaptación al medio sensorial y social que tienen un valor de supervivencia para el individuo. Todo esto conduce a la idea que, de hecho, impregna el pensamiento crítico y científico de nuestros días— de que la religión, o Dios, es un producto cognitivo más de la mente humana, sin ninguna connotación sobrenatural.

Así hoy, en neurociencia, se piensa que el cerebro viene equipado, desde el nacimiento, con unos códigos funcionales neuronales preensamblados que permiten, en el contexto de una cultura determinada, producir los procesos cognitivos característicos de nuestra especie. Hasta donde alcanzamos a ver, la religión es un proceso cognitivo, para nada distinto de cualquier otro. Por tanto, y a la luz de la ciencia actual, aquellas palabras del Génesis que indican que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza comienzan a disiparse. Y es también a esa misma luz de la ciencia que bien pudiera aparecer en el horizonte aquellas otras palabras de “…Y el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza”.


Carta de Richard Dawkins a su Hija Juliet


Querida Juliet:



Ahora que has cumplido 10 años, quiero escribirte acerca de una cosa que para mí es muy importante. ¿Alguna vez te has preguntado cómo sabemos las cosas que sabemos? ¿Cómo sabemos, por ejemplo, que las estrellas que parecen pequeños alfilerazos en el cielo, son en realidad gigantescas bolas de fuego como el Sol, pero que están muy lejanas? ¿Y cómo sabemos que la Tierra es una bola más pequeña, que gira alrededor de esas estrellas, el Sol?

La respuesta a esas preguntas es “por la evidencia”. A veces, “evidencia” significa literalmente ver (u oír, palpar, oler) que una cosa es cierta. Los astronautas se han alejado de la Tierra lo suficiente como para ver con sus propios ojos que es redonda. Otras veces, nuestros ojos necesitan ayuda. El “lucero del alba” parece un brillante centelleo en el cielo, pero con un telescopio podemos ver que se trata de una hermosa esfera: el planeta que llamamos Venus. Lo que aprendemos viéndolo directamente (u oyéndolo, palpándolo, etc.) se llama “observación”.

Muchas veces, la evidencia no sólo es pura observación, pero siempre se basa en la observación. Cuando se ha cometido un asesinato, es corriente que nadie lo haya observado (excepto el asesino y la persona asesinada). Pero los investigadores pueden reunir otras muchas observaciones, que en un conjunto señalen a un sospechoso concreto. Si las huellas dactilares de una persona coinciden con las encontradas en el puñal, eso demuestra que dicha persona lo tocó. No demuestra que cometiera el asesinato, pero además pueda ayudar a demostrarlo si existen otras muchas evidencias que apunten a la misma persona. A veces, un detective se pone a pensar en un montón de observaciones y de repente se da cuenta que todas encajan en su sitio y cobran sentido si suponemos que fue Fulano el que cometió el asesinato.

Los científicos -especialistas en descubrir lo que es cierto en el mundo y el Universo- trabajan muchas veces como detectives. Hacen una suposición (ellos la llaman hipótesis) de lo que podría ser cierto. Y a continuación se dicen: si esto fuera verdaderamente así, deberíamos observar tal y cual cosa. A esto se llama predicción. Por ejemplo si el mundo fuera verdaderamente redondo, podríamos predecir que un viajero que avance siempre en la misma dirección acabará por llegar a mismo punto del que partió. Cuando el médico dice que tienes sarampión, no es que te haya mirado y haya visto el sarampión. Su primera mirada le proporciona una hipótesis: podrías tener sarampión. Entonces, va y se dice: “Si de verdad tiene el sarampión, debería ver….” y empieza a repasar toda su lista de predicciones, comprobándolas con los ojos (¿tienes manchas?), con las manos (¿tienes caliente la frente?) y con los oídos (¿te suena el pecho como suena cuando se tiene el sarampión?). Sólo entonces se decide a declarar “Diagnóstico que la niña tiene sarampión”.

A veces, los médicos necesitan realizar otras pruebas, como análisis de sangre o rayos x, para complementar las observaciones hechas con sus ojos, manos y oídos .La manera en que los científicos utilizan la evidencia para aprender cosas del mundo es tan ingeniosa y complicada que no te la puedo explicar en una carta tan breve. Pero dejemos por ahora la evidencia, que es una buena razón para creer algo, porque quiero advertirte en contra de tres malas razones para creer cualquier cosa: se llaman “tradición”, “autoridad” y “revelación”.
Empecemos por la tradición. Hace unos meses estuve en televisión, charlando con unos 50 niños. Estos niños invitados habían sido educados en diferentes religiones: había cristianos, judíos, musulmanes, hindúes, sijs… El presentador iba con el micrófono de niño en niño, preguntándoles lo que creían. Lo que los niños decían demuestra exactamente lo que yo entiendo por “tradición”. Sus creencias no tenían nada que ver con la evidencia. Se limitaban a repetir las creencias de sus padres y de sus abuelos, que tampoco estaban basadas en ninguna evidencia. Decían cosas como “los hindúes creemos tal y cual cosa”, “los musulmanes creemos esto y lo otro”, “los cristianos creemos otra cosa diferente”.

Como es lógico, dado que cada uno creía cosas diferentes, era imposible que todos tuvieran razón. Por lo visto, al hombre del micrófono esto le parecía muy bien, y ni siquiera los animó a discutir sus diferencias. Pero no es esto lo que me interesa de momento. Lo que quiero es preguntar de dónde habían salido sus creencias. Habían salido de la tradición. La tradición es la transmisión de creencias de los abuelos a los padres, de los padres a los hijos, y así sucesivamente. O mediante libros que se siguen leyendo durante siglos. Muchas veces, las creencias tradicionales se originan casi de la nada: es posible que alguien las inventara en algún momento, como tuvo que ocurrir con las ideas de Thor y Zeus; pero cuando se han transmitido durante unos cuantos siglos, el hecho mismo de que sean muy antiguas las convierte en especiales. La gente cree ciertas cosas sólo porque mucha gente ha creído lo mismo durante siglos. Eso es la tradición.
El problema con la tradición es que, por muy antigua que sea una historia, es igual de cierta o de falsa que cuando se inventó la idea original. Si te inventas una historia que no es verdad, no se hará más verdadera porque se trasmita durante siglos, por muchos siglos que sean.

En Inglaterra, gran parte de la población ha sido bautizada en la Iglesia Anglicana, que no es más que una de las muchas ramas de la religión cristiana. Existen otras ramas, como la ortodoxa rusa, la católica romana y la metodista. Cada una cree cosas diferentes. La religión judía y la musulmana son un poco más diferentes, y también existen varias clases distintas de judíos y de musulmanes. La gente que cree una cosa está dispuesta a hacer la guerra contra los que creen cosas ligeramente distintas, de manera que se podrá pensar que tienen muy buenas razones -evidencias- para creer lo que creen. Pero lo cierto es que sus diferentes creencias se deben únicamente a diferentes tradiciones.

Vamos a hablar de una tradición concreta. Los católicos creen que María, la madre de Jesús, era tan especial que no murió, sino que fue elevada al cielo con su cuerpo físico. Otras tradiciones cristianas discrepan, diciendo que María murió como cualquier otra persona. Estas otras religiones no hablan mucho de María, ni la llaman “Reina del cielo”, como hacen los católicos. La tradición que afirma que el cuerpo de María fue elevado al cielo no es muy antigua. La Biblia no dice nada de cómo o cuándo murió; de hecho, a la pobre mujer apenas se la menciona en la Biblia. Lo de que su cuerpo fue elevado a los cielos no se inventó hasta unos seis siglos después de Cristo. Al principio, no era más que un cuento inventado, como Blancanieves o cualquier otro. Pero con el paso de los siglos se fue convirtiendo en una tradición y la gente empezó a tomársela en serio, sólo porque la historia se había ido transmitiendo a lo largo de muchas generaciones. Cuanto más antigua es una tradición, más en serio se la toma la gente. Y por fin, en tiempos muy recientes, se declaró que era una creencia oficial de la Iglesia Católica: esto ocurrió en 1950, cuando yo tenía la edad que tienes tú ahora. Pero la historia no era más verídica en 1950 que cuando se inventó por primera vez, seiscientos años después de la muerte de María.

Al final de esta carta volveré a hablar de la tradición, para considerarla de una manera diferente. Pero antes tengo que hablarte de la otras dos malas razones para creer una cosa: la autoridad y la revelación.
La autoridad, como razón para creer algo, significa que hay que creer en ello porque alguien importante te dice que lo creas. En la Iglesia Católica, por ejemplo, la persona más importante es el Papa, y la gente cree que tiene que tener razón sólo porque es el Papa. En una de las ramas de la religión musulmana, las personas más importantes son unos ancianos barbudos llamados ayatolás. En nuestro país hay muchos musulmanes dispuestos a cometer asesinatos sólo porque los ayatolás de un país lejano les dicen que lo hagan.

Cuando te decía que en 1950 se dijo por fin a los católicos que tenían que creer en la asunción a los cielos del cuerpo de María, lo que quería decir es que en 1950 el Papa les dijo que tenían que creer en ello. Con eso bastaba. ¡El Papa decía que era verdad, luego tenía que ser verdad! Ahora bien, lo más probable es que, de todo lo que dijo el Papa a lo largo de su vida, algunas cosas fueron ciertas y otras no fueron ciertas. No existe ninguna razón válida para creer que todo lo que diga sólo porque es el Papa, del mismo modo que no tienes por qué creer todo lo que te diga cualquier otra persona. El Papa actual ha ordenado a sus seguidores que no limiten el número de sus hijos. Si la gente sigue su autoridad tan ciegamente como a él le gustaría, el resultado sería terrible: hambre, enfermedades y guerras provocadas por la sobrepoblación.

Por supuesto, también en la ciencia ocurre a veces que no hemos visto personalmente la evidencia, y tenemos que aceptar la palabra de alguien. Por ejemplo, yo no he visto con mis propios ojos ninguna prueba de que la luz avance a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, sin embargo, creo en los libros que me dicen la velocidad de la luz. Esto podría parecer “autoridad” pero en realidad es mucho mejor que la autoridad, porque la gente que escribió esos libros sí que había observado la evidencia, y cualquiera puede comprobar dicha evidencia siempre que lo desee. Esto resulta muy reconfortante. Pero ni siquiera los sacerdotes se atreven a decir que exista alguna evidencia de su historia acerca de la subida a los cielos del cuerpo de María.
La tercera mala razón para creer en las cosas se llama “revelación”. Si en 1950 le hubieras podido preguntar al Papa cómo sabía que el cuerpo de María había ascendido al cielo, lo más probable es que te hubiera respondido que “se le había revelado”. Lo que hizo fue encerrarse en su habitación y rezar pidiendo orientación. Había pensado y pensado, siempre solo, y cada vez se sentía más convencido. Cuando las personas religiosas tienen la sensación interior de que una cosa es cierta, aunque no exista ninguna evidencia de que sea así, llaman a esa sensación “revelación”. No sólo los Papas aseguran tener revelaciones. Las tienen montones de personas de todas las religiones, y es una de las principales razones por las que creen las cosas que creen. Pero ¿es una buena razón?
Supón que te digo que tu perro ha muerto. Te pondrías muy triste y probablemente me preguntarías: “¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo ha sucedido?” y supón que yo te respondo: “En realidad no sé que Pepe ha muerto. No tengo ninguna evidencia. Pero siento en mi interior la curiosa sensación de que ha muerto”. Te enfadarías conmigo por haberte asustado, porque sabes que una “sensación” interior no es razón suficiente para creer que un lebrel ha muerto. Hacen falta pruebas. Todos tenemos sensaciones interiores de vez en cuando, y a veces resulta que son acertadas y otras veces no lo son. Está claro que dos personas distintas pueden tener sensaciones contrarias, de modo que ¿cómo vamos a decidir cuál de las dos acierta? La única manera de asegurarse que un perro está muerto es verlo muerto, oír que su corazón se ha parado, o que nos lo cuente alguien que haya visto u oído alguna evidencia real de que ha muerto.

A veces, la gente dice que hay que creer en las sensaciones internas, porque si no, nunca podrás confiar en cosas como “mi mujer me ama”. Pero éste es un mal argumento. Puedes encontrar abundantes pruebas de que alguien te ama. Si estás con alguien que te quiere, durante todo el día estarás viendo y oyendo pequeños fragmentos de evidencia, que se van sumando. No se trata de una pura sensación interior, como la que los sacerdotes llaman revelación. Hay datos exteriores que confirman la sensación interior: miradas en los ojos, entonaciones cariñosas en la voz, pequeños favores y amabilidades; todo eso es autentica evidencia.
A veces, una persona siente una fuerte sensación interior de que alguien la ama sin basarse en ninguna evidencia, y en estos casos lo más probable es que esté completamente equivocada. Existen personas con una firme convicción interior de que una famosa estrella de cine las ama, aunque en realidad la estrellan siquiera las conoce. Esta clase de personas tienen la mente enferma. Las sensaciones interiores tienen que estar respaldadas por evidencias; si no, no podemos fiarnos de ellas.

Las intuiciones resultan muy útiles en la ciencia, pero sólo para darte ideas que luego hay que poner a prueba buscando evidencias. Un científico puede tener una “corazonada” acerca de una idea que, de momento, sólo “le parece” acertada. En sí misma, ésta no es una buena razón para creer nada; pero sí que puede razón suficiente para dedicar algún tiempo a realizar un experimento concreto o buscar pruebas de una manera concreta. Los científicos utilizan constantemente sus sensaciones interiores para sacar ideas; pero estas ideas no valen nada si no se apoyan con evidencias.

Te prometí que volveríamos a lo de la tradición, para considerarla de una manera distinta. Me gustaría intentar explicar por qué la tradición es importante para nosotros. Todos los animales están construidos (por el proceso que llamamos evolución) para sobrevivir en el lugar donde su especie vive habitualmente. Los leones están equipados para sobrevivir en las llanuras de África. Los cangrejos de río están construidos para sobrevivir en agua salada. También las personas somos animales, y estamos construidos para sobrevivir en un mundo lleno de… otras personas. La mayoría de nosotros no tienen que cazar su propia comida, como los leones y los bogavantes; se las compramos a otras personas, que a su vez se la compraron a otras. Nadamos en un “mar de gente”.  Lo mismo que el pez necesita branquias para sobrevivir en el agua, la gente necesita cerebros para poder tratar con otra gente. El mar de está lleno de agua salada, pero el mar de gente está lleno de cosas difíciles de aprender. Como el idioma.Tú hablas inglés, pero tu amiga Ann-Kathrin habla alemán. Cada una de vosotras habla el idioma que le permite hablar en su “mar de gente”. El idioma se transmite por tradición. No existe otra manera. En Inglaterra, tu perro Pepe es a dog. En Alemania, es ein Hund. Ninguna de estas palabras es más correcta o más verdadera que la otra. Las dos se transmiten de manera muy simple. Para poder nadar bien en su propio “mar de gente”, los niños tienen que aprender el idioma de su país y otras muchas cosas acerca de su pueblo; y esto significa que tienen que absorber, como si fuera papel secante, una enorme cantidad de información tradicional (Recuerda que “información tradicional” significa, simplemente, cosas que se transmiten de abuelos a padres y de padres a hijos.) El cerebro del niño tiene que absorber toda esta información tradicional, y no se puede esperar que el niño seleccione la información buena y útil, como las palabras del idioma, descartando la información falsa o estúpida, como creer en brujas, en diablos y en vírgenes inmortales.

Es una pena, pero no se puede evitar que las cosas sean así. Como los niños tienen que absorber tanta información tradicional, es probable que tiendan a creer todo lo que los adultos les dicen, sea cierto o falso, tengan razón o no. Muchas cosas que los adultos les dicen son ciertas y se basan en evidencias, o, por lo menos en el sentido común. Pero si les dicen algo que sea falso, estúpido o incluso maligno, ¿cómo pueden evitar que el niño se lo crea también? ¿Y que harán esos niños cuando lleguen a adultos? Pues seguro que contárselo a los niños de la siguiente generación. Y así, en cuanto la gente ha empezado a creerse una cosa -aunque sea completamente falsa y nunca existan razones para creérsela-, se puede seguir creyendo para siempre.
¿Podría ser esto lo que ha ocurrido con las religiones? Creer en uno o varios dioses, en el cielo, en la inmortalidad de María, en que Jesús no tuvo un padre humano, en que las oraciones son atendidas, en que el vino se transforma en sangre…, ninguna de estas creencias está respaldada por pruebas auténticas. Sin embargo, millones de personas las creen, posiblemente porque se les dijo que las creyeran cuando todavía eran suficientemente pequeñas como para creerse cualquier cosa.

Otros millones de personas creen en cosas diferentes, porque se les dijo que creyesen en ellas cuando eran niños. A los niños musulmanes se les dice cosas diferentes de las que se les dicen a los niños cristianos, y ambos grupos crecen absolutamente convencidos de que ellos tienen razón y los otros se equivocan. Incluso entre los cristianos, los católicos creen cosas diferentes de las que creen los anglicanos, los episcopalianos, los shakers, los cuáqueros, los mormones o los holly rollers, y todos están absolutamente convencidos de que ellos tienen razón y los otros están equivocados. Creen cosas diferentes exactamente por las mismas razones por las que tú hablas inglés y tu amiga Ann-Kathrin habla alemán. Cada una de los dos idiomas es el idioma correcto en su país. Pero de las religiones no se puede decir que cada una de ellas sea la correcta en su propio país, porque cada religión afirma cosas diferentes y contradice a las demás. María no puede estar viva en la católica Irlanda del Sur y muerta en la protestante Irlanda del Norte.

¿Qué se puede hacer con todo esto? A ti no te va a resultar fácil hacer nada, porque sólo tienes 10 años. Pero podrías probar una cosa: la próxima vez que alguien te diga algo que parezca importante piensa para tus adentros: “¿Es ésta una de esas cosas que la gente suele creer basándose en evidencias? ¿O es una de esas cosas que la gente cree por la tradición, autoridad o revelación?” Y la próxima vez que alguien te diga que una cosa es verdad, prueba a preguntarle “¿Qué pruebas existen de ello?” Y si no pueden darte una respuesta, espero que te lo pienses muy bien antes de creer una sola palabra de lo que te digan.


Te quiere,
Papá.


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